Cada 22 de octubre se celebra el Día Internacional de la Tartamudez, un trastorno de la comunicación de inicio temprano y que afecta a un 5% de la población pediátrica y a un 2% de la población adulta. Tal y como señala Antonio Clemente, presidente del Colegio de Logopedas del País Vasco, “aunque sus causas no están completamente desveladas, la ciencia ha demostrado que en su origen se encuentran factores tanto biológicos, como psicológicos y sociales, que dan como resultado este problema”.

 

Definido en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM, por sus siglas en inglés) como ‘Trastorno de la Fluidez de Inicio en la Infancia’, se trata de un trastorno de la comunicación y, “por lo tanto, es competencia del logopeda su evaluación, diagnóstico y tratamiento”.

 

Según apunta, el logopeda es “el profesional sanitario que centra su trabajo en la investigación, prevención, evaluación, intervención y prevención de los trastornos de la comunicación, el lenguaje oral, el lenguaje escrito (lectura y escritura), el habla, la voz, la audición y las funciones orales asociadas (respiración, masticación y deglución)”.

 

Una logopeda atiende a una niña en una sesión clínica

En el caso de la tartamudez, se trata de un trastorno del ritmo del habla (disfluencia), caracterizado por frecuentes repeticiones o prolongaciones de los sonidos, de las sílabas o de las palabras. Afecta a un mayor número de varones que de mujeres, en una proporción de cuatro varones por cada mujer en la edad adulta. La tartamudez es un trastorno involuntario y cíclico, pudiendo presentarse y desaparecer durante periodos que pueden ser de mayor o menor duración.

 

Además, los niños y niñas que presentan tics asociados, muletillas o más de tres repeticiones de sonidos o sílabas al tartamudear, muestran una probabilidad mayor de que el cuadro derive en un trastorno crónico de tartamudez. “Aunque el 80% de los menores con disfluencias ven solucionado este problema de manera natural en unos 12 meses, si dura más de seis meses es recomendable visitar a un logopeda”.

 

“Es el trastorno del habla más frecuente en la infancia y, por ende, el que más preocupa a los padres en general. Los niños que la presentan tienden a alargar suavemente la sílaba inicial, a hablar lentamente, a ‘estirar’ la pronunciación de las palabras, a pronunciarlas por grupos de entre dos y cinco”, explica.

 

Persistencia del estigma

Aunque es normal que algunos niños, entre los 2 y los 5 años, no tengan una fluidez total en el habla hasta que aprenden a organizar las palabras y las frases, “hemos de tener en cuenta que tanto el niño o niña que sufre el trastorno, como sus compañeros, se dan cuenta de la existencia del mismo, con lo que eso puede suponer, en determinados casos, ya que, todavía hoy, sigue existiendo un importante estigma sobre la tartamudez”.

 

Logopedas en las escuelas y en los centros de atención temprana

Es importante tener en cuenta que las disfluencias del niño “pueden ser atípicas, por lo que es imprescindible diferenciarlas de las más corrientes para tratarlas lo antes posible. En este sentido, la incorporación de los logopedas en el contexto educativo, desde Educación Infantil hasta Bachillerato, ha demostrado ser de una extraordinaria importancia para esta población. No sólo facilita un diagnóstico diferencial precoz, sino que permite una intervención en el propio contexto educativo del menor y, muy importante, puede proponer planes personalizados de prevención del acoso escolar”.

 

Las dificultades de comunicación y del lenguaje (y la tartamudez es un trastorno de la comunicación, no del lenguaje) son las demandas más frecuentes en los centros de atención temprana e, incluso así, “la proporción de logopedas es muy baja en comparación con otros profesionales”. “Los niños y niñas de entre 24 y 30 meses de edad con tartamudez se pueden beneficiar de una intervención logopédica temprana como un factor protector, especialmente si los padres están directamente involucrados en el tratamiento”, destaca el presidente del Colegio de Logopedas del País Vasco.

 

Tal y como destaca la Fundación Española de la Tartamudez, en su Guía para Pediatras, existen investigaciones que apuntan a que los menores de entre 2 y 6 años con tartamudez son conscientes de su dificultad para hablar. En este sentido, a esa edad ya pueden aparecer comportamientos secundarios “de esfuerzo y de evitación, con lo que es totalmente necesario derivar al niño inmediatamente a un profesional especializado en la tartamudez, para proporcionar estrategias y determinar cuál será el mejor tratamiento”.

 

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